viernes, 8 de marzo de 2013

¿Que implica ser mujer en la sociedad actual?






"Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran."
Gioconda Belli





L
a renuncia a ser una verdadera mujer, es una característica si no natural, si bastante difundida  dentro de nuestra sociedad consumista, que pondera el valor de los  individuos, con relación a su valor monetario; esta visión, posiciona al sujeto femenino en el lugar de un objeto, donde su principal valor reside en el placer que puede llegar a proporcionar al hombre, quien de antemano, no es un objeto, sino un ser humano dotado de racionalidad* capacidad que le permite acceder a ese salvaje impulso, a ese natural deseo de ver al segundo sexo, como un cuerpo, con voluptuosas formas, dispuestas a vender su alma y aspiraciones por satisfacer este cliché: “Las mujeres estaban felices de haberse deshecho de la carga del alma, de ese ridículo orgullo de la ilusión de la excepcionalidad, felices por fin de ser todas iguales” Nietzsche.

En el fondo, este juego al que se someten las mujeres dotadas de belleza superficial, desvirtúa el constante intento que las mujeres de verdad, es decir, aquellas que viven su feminidad de la forma más sabia, que conocen la fuerza femenina y experimentan la esencia creadora como un complemento sublime de la naturaleza, esas mujeres que a diario refutan los infundados antivalores que degradan al género humano en su conjunto,  mujeres cuyas ideas son sus voluptuosas curvas de  trasformación y de sus cuerpos son dueñas; ellas quienes tienen una lucha invisible ante el morbosismo, la lujuria y el machismo entronado en las acciones cotidianas de un sistema que publicita los  relucientes cuerpos desnudos de carne sin fondo y cabezas sin elocuencia.

Aun, cuando se cree que la sociedad avanza históricamente a medida que el tiempo transcurre, que la sangre de mujeres de gran valor se ha vertido sobre las leyes y los gritos de encierro se han ido apaciguando, la lucha no termina: vivimos una guerra enmascarada entre géneros, aun se cree que la mujer es una mera extensión del hombre, en el campo de  la ciencia ocupan un lugar secundario; la mujer cristiana, sumisa, recatada, silenciosa, hacendosa es aún un modelo que se contrapone a la mujer rebelde, libre, creativa, critica, idealista que pugna por hacer de su mundo un lugar más habitable, en donde los derechos a vivir su esencia son primordiales.

Se evidencia la decadencia de los valores universales; que  deberían equilibrar socialmente los papeles del género humano dentro de  un contexto biológico y espiritual; con esto, específicamente me refiero a que la sociedad no solo debería conocer a fondo el rol “utilitarista” de cada género, sino que debería manifestar en cada una de sus producciones, el conocimiento profundo de la especie Homo sapiens, teniendo en cuenta los efectos de lo femenino y masculino, una diferenciación sana, en la medida que se explore lo verdaderamente sustancial que constituye la exploración armónica en donde las acciones reflejan el profundo entendimiento de la naturaleza sobre nuestra existencia dentro de un entorno más amplio, comprender el principio espiritual de los opuestos complementarios, que permite la coexistencia de todos los seres, en este caso de dos fuerzas: la masculina y la femenina; que gestan, en un mutuo esfuerzo, una sociedad integral. 

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