"Desde
la mujer que soy,
a veces
me da por contemplar
aquellas
que pude haber sido;
las
mujeres primorosas,
hacendosas,
buenas esposas,
dechado
de virtudes,
que
deseara mi madre.
No sé por
qué
la vida
entera he pasado
rebelándome
contra ellas.
Odio sus
amenazas en mi cuerpo.
La culpa
que sus vidas impecables,
por
extraño maleficio,
me
inspiran."
Gioconda Belli
Gioconda Belli
La renuncia a ser una verdadera mujer, es una característica si no natural, si bastante difundida dentro de nuestra sociedad consumista, que pondera el valor de los individuos, con relación a su valor monetario; esta visión, posiciona al sujeto femenino en el lugar de un objeto, donde su principal valor reside en el placer que puede llegar a proporcionar al hombre, quien de antemano, no es un objeto, sino un ser humano dotado de racionalidad* capacidad que le permite acceder a ese salvaje impulso, a ese natural deseo de ver al segundo sexo, como un cuerpo, con voluptuosas formas, dispuestas a vender su alma y aspiraciones por satisfacer este cliché: “Las mujeres estaban felices de haberse deshecho de la carga del alma, de ese ridículo orgullo de la ilusión de la excepcionalidad, felices por fin de ser todas iguales” Nietzsche.
En el fondo, este juego al que se someten las mujeres dotadas de belleza superficial, desvirtúa el constante intento que las mujeres de verdad, es decir, aquellas que viven su feminidad de la forma más sabia, que conocen la fuerza femenina y experimentan la esencia creadora como un complemento sublime de la naturaleza, esas mujeres que a diario refutan los infundados antivalores que degradan al género humano en su conjunto, mujeres cuyas ideas son sus voluptuosas curvas de trasformación y de sus cuerpos son dueñas; ellas quienes tienen una lucha invisible ante el morbosismo, la lujuria y el machismo entronado en las acciones cotidianas de un sistema que publicita los relucientes cuerpos desnudos de carne sin fondo y cabezas sin elocuencia.
Aun,
cuando se cree que la sociedad avanza históricamente a medida que el tiempo
transcurre, que la sangre de mujeres de gran valor se ha vertido sobre las
leyes y los gritos de encierro se han ido apaciguando, la lucha no termina:
vivimos una guerra enmascarada entre géneros, aun se cree que la mujer es una
mera extensión del hombre, en el campo de
la ciencia ocupan un lugar secundario; la mujer cristiana, sumisa,
recatada, silenciosa, hacendosa es aún un modelo que se contrapone a la mujer
rebelde, libre, creativa, critica, idealista que pugna por hacer de su mundo un
lugar más habitable, en donde los derechos a vivir su esencia son primordiales.
Se
evidencia la decadencia de los valores universales; que deberían equilibrar socialmente los papeles
del género humano dentro de un contexto
biológico y espiritual; con esto, específicamente me refiero a que la sociedad
no solo debería conocer a fondo el rol “utilitarista” de cada género, sino que
debería manifestar en cada una de sus producciones, el conocimiento profundo de
la especie Homo sapiens, teniendo en
cuenta los efectos de lo femenino y masculino, una diferenciación sana, en la
medida que se explore lo verdaderamente sustancial que constituye la
exploración armónica en donde las acciones reflejan el profundo entendimiento
de la naturaleza sobre nuestra existencia dentro de un entorno más amplio,
comprender el principio espiritual de los opuestos complementarios, que permite
la coexistencia de todos los seres, en este caso de dos fuerzas: la masculina y
la femenina; que gestan, en un mutuo esfuerzo, una sociedad integral.
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