sábado, 13 de julio de 2013

Brigada habitante de calle

Llegamos al barrio Santafé, donde nos recibió uno de los líderes de la brigada; entramos al hogar de niñas donde nos esperaban las pequeñas sonrisas inocentes y el despilfarro de cosquillas; servimos algunas galletas, separamos la nueva piel de nuestros amigos habitantes de calle y emprendimos nuestra tarea en la puerta continua, donde se encontraban desnudos, despojándose del resquemor de la calle, del polvo de la soledad, de la nostalgia de la dependencia, del apego del vicio, de la tortura del frió, de la insolencia del diario vivir, de la indiferencia de los ricos, nuestros hermanos de la noche, habitantes dueños del concreto y del bazuco, domesticadores del puñal; valientes hombres con deseos profundos de una realidad distinta a la que se condenaron. Por voluntad propia asistían al recinto donde se prometía salvación y una efímera ayuda que quedaría gravada en su cabeza motilada, en sus manos embadurnadas de crema y sus pechos galantes de perfume; otro pequeño intento de redignificar al hombre que había sido deshumanizado, al personaje que desechado, en principio por una sociedad burda y cruel quiso expulsarlo con ofensas de los aposentos sagrados de la opulencia; sin embargo, el creador de todos los seres los recogía como pequeños cachorros, que tenían la necesidad de ser amados, de recordar el valor de la existencia sin límites ni cadenas.

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