Sentada en una gran piedra frente a la laguna de Guatavita, me puse a reflexionar, llego la nostalgia de la historia sobre mi cabeza, fluyeron a través de mi sentimientos de melancolía y rabia; sentí tan cerca la masacre de lo indígena, de lo sagrado, la despiadada y ambiciosa búsqueda por el tesoro que llevaron a cabo los Españoles,que los siglos se me hicieron segundos y de repente me sentí involucrada; porque, aunque blanca soy, mi corazón reclama una sabiduría milenaria por la que quisiera impulsarse, aunque blanca soy, mis venas parecen afianzadas raíces de un árbol que apenas crece y descubre lo profundo de la práctica ancestral; aunque blanca soy, mi alma encuentra su único culto en el espíritu universal, en el conocimiento de la ley de origen. ¿Como evitar que mi corazón se sintiera desterrado?
Entendí, que el pasado no se olvida, pero se sana, sanar es perdonar y restaurar aquellos horrores; el rencor nunca tiene la intención de transformar por medio de la acción aquello que le inquieta. Para entonces, tejía un árbol en una mochila, en uno de sus puntos tuve ganas de tomar en mis propias manos la semilla de este pensamiento, de ofrecerlo a la madre que cuidaba el territorio, de sembrar por fin mis intenciones de sanidad y reconstrucción del vinculo entre la naturaleza y el ser humano.
Erguida sobre la misma piedra, agradecí el preciado momento, la sabiduría que se estaba reconstruyendo en el fondo de los corazones conectados, sentí algo de alivio, algo de fuerza, algo de esperanza en estos tiempos de Fazanquira-tiempo de siembra-.
El dorado brillo en el fondo de mi cuerpo, allí estaban presentes todos los espíritus, la misteriosa presencia de las rocas, estaban los sacrificios de siglos, estaba sumergida en la laguna el alma de la tierra, la esencia de la vida.
"Nuestro corazón esta esperando, ¿cuando dejaremos caer la semilla?"
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